lunes, 1 de marzo de 2021

Lo de Matilde Frígola

 

Si se pone su nombre en el buscador aparece en los primeros lugares un reportaje publicado por La Marina Plaza y firmado por José Luis Luri, entre cuyas habilidades, y aunque no venga a cuento decirlo, pero lo hago constar, es la de ser tenor. Este reportaje incluye algunas cartas de la protagonista, que merece la pena leer.

No sólo es que escribiera muy bien, con una pulcritud y una capacidad descriptiva a la altura de cualquier escritor consagrado, sino que, además, deja constancia de su capacidad de adaptación y de su fina percepción del mundo que la rodeaba. Se amoldaba a todo y aceptaba con humor las dificultades que le planteaba el mundo rural.

En sus cartas no se muestra superior a las personas con las que trataba, a pesar de que sería difícil que alguna fuera de su talla moral o intelectual. En aquel tiempo la palabra ‘empatía’ aún no había irrumpido en el vocabulario, por lo que ella no la pudo conocer. ¿Cómo haría, entonces? Pues como han hecho las buenas personas siempre. Mirando al prójimo con simpatía, poniéndose en su lugar y comprendiendo sus sueños dándose cuenta de sus necesidades, advirtiendo sus dificultades, gozando con su compañía.

Los conceptos están desde antes de que Platón hablara de ellos y luego viene alguien, le pone un nombre nuevo a alguno y parece que lo haya inventado. Tampoco estoy hablando de ‘aporofobia’, puesto que Matilde Frígola se nos revela en sus cartas como ajena a cualquier fobia. Me refiero a las que no son patológicas, que de las patologías nadie está libre.

Recomiendo vivamente que se lean las cartas de esta señora, pero sólo a las buenas personas, porque son las únicas que pueden apreciar la grandeza de espíritu y la alegría de vivir. Los placeres del espíritu están vedados a las personas mezquinas.


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