Le llamo el Mocho porque utilizar su nombre como persona es como un escupitajo al género humano. Aunque no cabe descartar que algún día sea capaz de ello, porque sin la capacidad de redención no somos nadie, hasta ahora no consta que haya tenido jamás ni un gesto de los que dignifican a las personas, de los que invitan al optimismo. Sí los ha tenido de los más viles, de los más cobardes, de los más ridículos.
Es un tipejo lleno de odio, de los que acusan de odiarle a quienes le recibirían con los brazos abiertos si de repente se convirtiera en buena persona. Para una mentalidad como la suya, desearle que rectifique y que se dé cuenta del daño que ha hecho, irreversible en muchos casos, es lo mismo que odiarle. Así tiene el cerebro de retorcido. En estas condiciones no se le puede aceptar en la mesa. Es el odio que siente él lo que impide que se le acepte. Y por eso se le conoce como el Mocho.
Una de sus vilezas, una de entre muchas, fue la de elegir para su defensa a un etarra. Los etarras están en el escalón más bajo de la especie humana. Alguien que ha participado en el secuestro de una persona y no se arrepiente de haberlo hecho sólo merece el calificativo de inmundo. Y a este desperdicio humano es al que ha contratado el Mocho para que lo defienda. Dios los cría y ellos se juntas. Las almas gemelas siempre dan una con la otra.
Y luego están todos esos que acuden a vitorear al Mocho y lo defienden y le dan dinero. Utilizar el dinero para hacer el mal es tan abyecto como pertenecer a ETA. Pero se lo dan y encima asumen actitudes de gran dignidad. ¡Qué sabrán lo que es la dignidad! Simularla no es tenerla. Para tener hay que tener suficiente valor para pagar el precio.
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