Ni siquiera Cayetana Álvarez de Toledo o Macarena Olona, que son las políticas que más expectación despiertan, pueden soñar con alcanzar el magnetismo de Isabel Díaz Ayuso, que es aclamada por donde pasa.
Las demás, Gamarra, Belarra, etc, son personajes secundarios pertenecientes a la cofradía La Voz de su Amo.
Hay cosas contra las que no se puede luchar. Y una de ellas es el entusiasmo de las masas con algún personaje que haya acertado a tocar su fibra. Ayuso, además, no sólo tiene esa suerte, sino que sabe estimularla y mantenerla. Es sencilla, humilde, clara y directa. Y muy despierta. Está llamada a ser la presidenta de España, la Thatcher con la que sueña mucha gente. Porque hace falta mucho arrojo para desbaratar la gran cantidad de tomaduras de pelo, que cuestan muy caras a los contribuyentes, de que está sembrada la política española.
Está llamada a ser la presidenta, pero parecía imposible que lo pudiera conseguir. Tenía unos cuantos tapones por delante. Y en un gesto de indisimulable mezquindad se le querían imponer más, al impedirle que se presentara a la presidencia del partido en su comunidad. Pero es tal su efervescencia que esos tapones empiezan a saltar ruidosamente, como si fueran los de una botella de cava. La envidia nubla el entendimiento, y eso en el caso de que lo haya, que a lo mejor no, y lleva a cometer un error tras otro. Es un acto de maldad admitir un documento ofrecido por un malvado, que lo ha conseguido ilegalmente, para perjudicar a otro, a otra en este caso. Es un gesto estúpido comentarlo ante los medios de un modo que queda claro que se trata de un documento obtenido ilegalmente. Y es prueba de incompetencia no haberse informado bien, no fuera a ser, como así ha sido, que se tratara de un acto irreprochable.
Sánchez sigue haciendo trampas en su intento de acabar con Ayuso, pero también es un tapón de una botella de cava que saldrá disparado con estrépito.
Está escrito en las estrellas que Ayuso será la presidenta.
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