Los enemigos de la libertad siempre andan intentando entorpecer el normal desarrollo de las cosas. Con ese fin inventan pretextos para que gentes desprevenidas, algunas de buena fe, les otorguen los votos que necesitan para llevar a cabo sus fechorías, o les consientan hacerlas.
Dirán que el mundo no es justo. Claro que no. Si a la mayoría de las personas que viven en él les interesara la justicia, todos viviríamos mejor, pero no es así. El común tiene prioridades diferentes de la justicia, y esto no se puede cambiar con ninguna ley. Si se instaura una dictadura, a las prioridades de la gente, que siguen siendo las mismas, hay que añadir la del hambre, que es lo que suele ocurrir la mayoría de las veces.
El único sistema que funciona es el democrático. Y en libertad cada cual hace con el dinero que gana honradamente lo que quiere. Si opta por comprar diez casas y luego las tiene vacías nadie debería reprocharle nada, puesto que son suyas. Ha decidido invertir su dinero en ellas y eso es un riesgo. Porque si su intención es venderlas tiempo después, cabe la posibilidad de que hayan bajado de precio. Si pensaba alquilarlas, puede que obtenga menos beneficio del deseado, o que no logre alquilarlas.
La pretensión de expropiarlas, porque hay gente que vive en la calle, es nociva para la economía nacional, porque por este camino nadie se atrevería a comprar casas, con lo no se construiría, y el paro en el sector que se desenvuelve en torno a la construcción crecería desaforadamente, etcétera.
Los ciudadanos ya pagan sus impuestos y con ellos el Estado debe resolver los problemas, tanto de los que no tienen casa, como de los que sufren ELA o cualquier otra enfermedad, en lugar de gastárselos en viajecitos con el Falcon y en financiar a los separatistas, golpistas o terroristas.
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