Hoy en día con un clic o dos se puede encontrar mucha información y descubrir mentiras y bulos. Sin embargo, el personal prefiere quedarse con lo que le conviene. Un ejemplo claro es el del número 7291, que lo difunden muchas personas con intención perverso. Todo el mundo sabe esto último, y sin embargo la trola rueda.
Los maestros son fundamentales, pero no para enseñar matemáticas, literatura o química, que esa es la parte más fácil de la profesión. Tampoco para inducir a tener criterio propio y a pensar por uno mismo, porque eso lo hace quien se atreve. No es fácil. Lo verdaderamente difícil es lo que se enseña con el ejemplo. Lo que debería enseñarse en realidad. Porque un maestro, o una maestra, debería ser una persona equilibrada y capaz de soportar la presión que supone enfrentarse a una clase de equis niños. Dicen que es la profesión en que se producen más depresiones, y esa es muy mala noticia. Un maestro o una maestra debería poder sobreponerse y seguir dando clase. Deberían tener una idea clavada en la mente: no perjudicar nunca a ningún alumno ni alumna. Bajo ningún concepto. Por muy mal que les caiga, deberían ayudarlo, o ayudarla, a dar lo mejor de sí. Que si fracasa en la vida no pueda decir que fue por culpa de un maestro o maestra. Es indudable que algunos alumnos han de caerle mal al profesor, pero de eso no debería darse cuenta nadie más que él.
Pues esa es la tarea más ardua y difícil del gremio de los maestros, enseñar esas cosas que solo pueden entrar mediante el ejemplo. Intentar actuar siempre de manera justa, dejando aparte simpatías o manías, actuar de manera noble y desinteresada, siempre en beneficio del alumnado, dar la cara por el que tiene razón, sea quien sea, etcétera. Los maestros deberían saber que de ellos depende el futuro del país. Es la profesión con más responsabilidad.
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