La histérica se va a ganarse la vida con una lengua que quisiera borrar del mapa. Cosas que tiene la vida. El problema es que, en principio, solo se va para seis meses. Seamos optimistas y pensemos que todo le va a ir tan bien que le van a hacer un contrato mucho más largo y tal vez decida quedarse para siempre y que cuando venga a España de visita lo haga de incógnito.
Otra cuestión a considerar es que quiere que los niños no aprendan español, con lo cual los condena al fracaso, mientras que a su hija la tiene, o la tuvo, ingresada en un carísimo colegio extranjero en el que no es probable que pudiera escuchar ni una sola palabra en catalán. Cuesta mucho trabajo entender que los catalanes y los catalanistas transijan con estas tomaduras de pelo. La madre, Rahola, ganaba el dinero que le permitía hacer esos dispendios haciendo teatro en los diversos medios catalanistas, en los que de pronto se levantaba, cogía el bolso y se iba simulando indignación cuando le decían algo para lo que no tenía otra respuesta. Es curioso que con actuaciones de este estilo fuese ganando un prestigio en el submundo catalanista -que jamás ha dado un personaje que merezca la pena, motivo por el que se homenajea a asesinos como Companys- que permite que se le hayan venido pagando cantidades astronómicas.
Sería injusto no citar el lado bueno de esta señora, que es precisamente por el que más críticas recibe. Siempre ha estado de parte de Israel, que es la única democracia de la zona, el parapeto del mundo civilizado. No solo está de parte de Israel, sino que cuando lo defiende lo hace con acierto. Y es curioso que sepa estar de parte de la razón en un lado y de la sinrazón en otro. Discurre muy bien en caso de Israel y muy mal en el del catalanismo.
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