Algunos seres excesivamente optimistas dicen en la redes que algún día Cataluña se sacudirá el yugo nacionalista y volverá a ser lo que fue.
Lamento decirlo, pero eso no es posible. El nacionalismo es una enfermedad casi incurable. Se ha visto en el homenaje a las víctimas del atentado de las Ramblas, hasta qué grado de locura y de estupidez llega esa enfermedad. Y luego apareció por allí Laura Borrás, que moralmente está a la altura de Colau, Junqueras, Puigdemont, Rufián, etc. Ninguna de las figuras descollantes del catalanismo merece crédito. Nada.
Los catalanes no se dan cuenta de que emprendieron un viaje sin retorno. Buena parte de la población está enloquecida, en su mayor parte para siempre, e imposibilitada para ver la realidad. En estas condiciones es imposible que Cataluña resurja. Pero es que eso no es lo peor, sino el que se hayan echado a perder varias generaciones de estudiantes a causa del adoctrinamiento escolar, algo que debería estar castigado con severas penas de cárcel. Adoctrinar a los niños es un crimen horrendo, y sin embargo los catalanes están aguantando esa aberración perpetrada con el apoyo del gobierno socialcomunista.
Hay otro detalle que pone los pelos de punta y es que en los tiempos de Franco -cuyos huesos fueron cambiados de sitio, lo que es la mayor hazaña llevada a cabo por Sánchez- los catalanes eran los españoles más educados y considerados, mientras que bajo el actual presidente del gobierno, al que quizá la proeza citada anteriormente le hace verse a la altura del Gran Capitán, el Cid Campeador o Hernán Cortés, son los más groseros y maleducados. Y hasta salvajes, como pueden constatar los dos policías que se han tenido que jubilar en plena juventud.
Es un declive grave el que se aprecia en la sociedad catalana, en todos sus ámbitos. La culpa la tiene su burguesía y, sobre todo, esos empresarios que después de haber patrocinado la locura han huido de Cataluña.
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