Hay personas que tienen una elegancia espiritual que encandila a quienes la saben apreciar. No se nace con ella, es fruto de la voluntad de quienes la poseen. La cultivan con esmero. Hay personas pobres admirables en este sentido, y gentes de la nobleza especialmente cutres, aunque estas últimas, al menos, conocen los protocolos y tienen buenos modales.
Hubo un tiempo, que parece definitivamente dejado atrás, en que los socialistas alardeaban de superioridad moral y los más instruidos se tenían por la crema de la crema en el campo de la cultura. Iban a Viena a escuchar ópera, porque allí reina el silencio absoluto, citaban a autores poco conocidos por la plebe, a compositores, etcétera. Miraban a los de derechas con desprecio, como si fueran más bastos e incultos. Sin embargo, soportaban sin rechistar a una ministra como Matilde Fernández.
Hoy en día abunda la grosería entre los ministros y las ministras, poniendo de manifiesto, además, una torpeza fuera de toda duda.
Una ministra, la de los Derroches sin tasa y la crispación como marca de la casa. Le dio la mano al Rey, pero manteniendo la otra detrás de la espalda. ¿En qué cuadra se ha educado? Todo el mundo tiene que haberse dado cuenta de que es muy cortita. Bueno, todo el mundo no. Los que son tan cortos como ella no pueden haberse dado cuenta. Ella, en cambio, se tiene por muy lista.
¿Cómo es que esos socialistas que presumen de refinados y eruditos aceptan que en un gobierno presidido por uno de los suyos haya alguien así?
Ah, pero es que aquello de la superioridad moral e intelectual era de cartón piedra. Ahora lo que rige es la obediencia ciega y el empeño de preparar las cosas del modo posible para cuando les llegue la travesía del desierto, forzando todo lo que puedan forzar y engañando a todos los que se dejen engañar.
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