jueves, 4 de agosto de 2022

El impuesto a los bancos

 

Hoy en día es obligatorio tener cuenta en un banco. Para pagar a Hacienda, para pagar la luz, para cobrar el paro…

No siempre fue así. En tiempos pasados no eran pocos los que guardaban el dinero en sus casas, y recibían en ellas a los cobradores del gas, o de lo que fuera.

Había muchos más bancos que en la actualidad y, además, estaban las cajas de ahorros. Las cuentas corrientes o libretas de ahorro eran gratuitas y retribuidas, modestamente, con intereses. Los pobres estaban bien atendidos en los bancos y cajas, y si no lo eran podían cambiar de entidad.

Hoy en día hay muy pocos bancos y apenas cajas, han cerrado muchas oficinas y despedido mucho personal. Las colas que se forman en las oficinas que quedan abiertas ponen los pelos de punta. También en los cajeros automáticos hay colas.

El negocio bancario no es tan fácil como parece y prueba de ello es la cantidad de bancos que han desaparecido y que los que quedan recurren a negocios alternativos. Uno entra en una sucursal bancaria y si consigue que lo atiendan tendrá que soportar que intenten venderle esto o aquello.

Los altos directivos se ponen sueldos desmesurados y es posible que la calidad su trabajo no esté a la misma altura, pero esta circunstancia no se corrige poniéndoles impuestos. Hay que fijarse en el sueldo medio de los empleados y la carga de trabajo que se les impone.

Hay que tener en cuenta, sobre todo, que cuando los gobernantes son incompetentes y sinvergüenzas las injusticias en el seno de la sociedad se multiplican.

Si lo que quiere el gobierno es que los pobres sean bien atendidos en los bancos, lo que tiene que hacer es procurar que estos puedan contratar más personal. Ahora bien, si lo que pretende es generar descontento social y culpar de ello a otros está en el camino adecuado.

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