Si no pudiera ejercer la violencia moral o física, el catalanismo no existiría. Las hordas catalanistas protestan airadas cuando alguien dice algo que contraviene sus dogmas.
Últimamente, la han tomado con José Aparicio Pérez, Secretario de la Real Academia de Cultura Valenciana, entidad que tiene más de cien años de historia. Si creen los catalanistas -también conocidos como catalufos, porque todo lo suyo es comparable a lo de los ufólogos- que no es cierto lo que dice, ¿por qué se preocupan tanto?
Se da una circunstancia con ellos: quieren tener amedrentado al personal con el fin de que todo el mundo se trague sus trolas sin rechistar y además enteras.
Repiten una y mil veces cosas que son mentiras gordas y no toleran que nadie las ponga en duda. Se inventan entes ficticios e imposibles, ofensivos además, y les dedican calles y plazas.
Cambian los nombres a las cosas y sustituyen letras o grupos de letras cuya sola existencia desmonta sus inventos.
Tergiversan la historia y rapiñan lo que no es suyo. Manejan mucho dinero, de los impuestos de los españoles para sus campañas propagandísticas y la compra de voluntades.
Los últimos catalanistas que han gobernado en el Reino de Valencia, oficialmente Comunidad Valenciana, se quejaban de infrafinanciación mientras se gastaban el dinero en lo que no debían, la promoción del engendro de Pompeyo Fabra. Han dejado una deuda enorme.
Dicen esos desgraciados que la RACV y Lo Rat Penat escriben con faltas de ortografía. ¿Qué falta de respeto es esa? ¡Qué sinvergüenzas que son!
La AVL, que tan cara nos cuesta y ese dinero se necesita para la sanidad, fue una imposición de Pujol, el Muy Honorable. Del catalanismo jamás ha surgido nadie mejor que él. Y con eso está dicho.
La invención de la AVL es una traición a los valencianos, una marranada, un motivo de vergüenza para quienes la perpetraron. Sus nombres han quedado grabados a fuego como traidores.
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