Buscando otra cosa, he visto el principio de un vídeo en el que Sánchez se burla de Abascal. Usted es más inteligente que yo, le dice en tono burlón, y luego continúa la burla por negar una serie de dogmas de la izquierda. En distinta ocasión también ha acusado a otro de lo mismo. Pero no va más allá del dogma. Por ejemplo, del cambio climática. No explica por qué está tan convencido, sobre este y los demás dogmas. No alberga ninguna duda sobre ellos. Según Borges, la duda es uno de los nombres de la inteligencia.
Me centraré en este punto, pero no sin antes recordar que la inteligencia es lo mejor repartido que hay en el mundo, porque todos están conformes con la que tienen.
Uno de los modos de evaluar la inteligencia ajena es la educación, el esmero con se desenvuelve alguien en el trato con los demás. Hay dos niveles. En el primero está la cortesía y en el segundo la cordialidad. La capacidad para profundizar en ella sirve para medir a las personas. En el caso de Sánchez es evidente que no hay ningún esmero, ni cortesía. La cordialidad es inalcanzable para él. Se ve en el Parlamento, en el modo que trata a quienes se le oponen, sin asomo de cortesía parlamentaria.
Lo mismo se puede decir de cualquiera de ministros o ministras, y de sus socios o socias.
Digamos que tenemos el presidente del gobierno más maleducado del mundo, lo cual denota muy poca inteligencia.
Menos inteligencia todavía demostró al soltar a delincuentes peligrosos y ya tomada carrerilla a violadores y pederastas.
Cree que ha derrotado a Franco, y pasará a la historia por ello, sin comprender que lo ha hecho es darle la razón.
Ahora tiene a España en vilo con un presunto delincuente, cobarde y vil, que se fugó en el maletero de un coche y ha enviado a la vicepresidenta del gobierno, poniendo en ridículo a España, a negociar con él.
Está satisfecho de la inteligencia que tiene.
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