En estos momentos en que gentes mezquinas y miserables, por motivos egoístas, están dispuestos a echar por tierra lo que tanto costó de conseguir, lo que dejó de ser un sueño para convertirse en realidad, viene a cuento el recuerdo de Adolfo Suárez, que con su generosidad y entrega lo hizo posible.
Ningún otro político de su tiempo, y seguramente tampoco de los posteriores, podría haber hecho lo mismo.
Prácticamente en solitario, sin ser entendido por casi nadie, soportó las embestidas, los desprecios y las traiciones que le tocó sufrir. Aparte de que casi todos sus amigos de siempre le retiraron el saludo, las fuerzas vivas tampoco colaboraron. Sin embargo, no cejó en el empeño de cumplir su cometido. Arriesgó la vida para conseguir la democracia y la volvió a arriesgar para defenderla.
Que Enrique Barón catalogue a Pedro Sánchez como valiente, es una broma de muy mal gusto. Es muy cobarde, como todos los prepotentes y tramposos, porque no confían ni en sus fuerzas ni en su razón.
Si Adolfo Suárez hubiera tenido enfrente políticos tan generosos como él, otro gallo nos cantaría.
La Constitución debió haberse enfocado pensando en el futuro, y no en el pasado, como se empeñaron los que ahora la quieren traicionar.
Debió haberse intentado establecer un marco legal, inspirado en los altos valores humanos, que sirviera para facilitar la convivencia entre todos. Sin embargo, los socialistas, aliados con los nacionalistas, a los que no debió dar protagonismo, lo convirtieron todo en un tira y afloja, en un juego de tahúres, para ver quien sacaba más provecho. Resultó que los nacionalistas. Fueron los que salieron ganando, los que ahora someten al PSOE, gracias al cuál, consiguieron esos privilegios.
Adolfo Suárez sigue sin ser entendido. Como presidente, actuaba en nombre de todos los españoles, y siempre mantuvo la dignidad del cargo. Eso no lo ha hecho ningún otro, salvo Calvo Sotelo, el más inteligente y culto de todos los presidentes de la democracia, que se sabía que iba a durar poco.
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