Particularmente, me parece escasa -treinta mil euros- la cantidad que se le ha de abonar. Si se tiene en cuenta que tuvo que dimitir de su cargo de presidenta de la Comunidad de Madrid, y de que quedó señalada por este motivo ante la opinión pública, se entenderá que me parezca escasa esa cifra.
Los mismos que se lanzaron a morderla, pasando por alto que era una información ilegal y que el asunto era insignificante, aplauden entusiasmados las fechorías de Pedro Sánchez. Cristina Cifuentes tuvo la dignidad de dimitir. Hago hincapié en que la dignidad es absolutamente incompatible con el sectarismo y la cara dura.
El propio Pedro Sánchez, sabiendo que miente, ataca arteramente a Isabel Díaz Ayuso, sirviéndose de una información falsa, obtenida fraudulentamente, como es el caso del vídeo con el que se vulneró el honor de Cristina Cifuentes.
Se utilizó una información de Hacienda, que es confidencial, del hermano de Isabel Díaz Ayuso, que incluye varias partidas, todas absolutamente limpias y legales, como si fuera una sola partida referida a un solo asunto.
Todos quienes participaron en el acto delictivo mediante el cual esa información vio la luz deberían haber sentido el peso de la justicia, pero han quedado impunes.
A Pedro Sánchez no le pasa nada por servirse una y otra vez, de forma canallesca, de ese asunto, porque ya antes había caído todo lo bajo que puede caer. Los que le aplauden, se ponen a su altura.
La impunidad es incompatible con la democracia, pero en la actual izquierda española, y también en parte de la derecha, el gusto por la impunidad es mucho más patente que las convicciones democráticas.
Como se ha visto en los dos casos citados, el de Cristina Cifuentes e Isabel Díaz Ayuso, el personal no ha protestado por el quebrantamiento del derecho a la intimidad.
En democracia, la intimidad es sagrada, pero a la izquierda lo que le interesa es el poder, conseguido a cualquier precio.
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