Si
no fuera porque es costumbre desde hace siglos, resultaría chocante
ver a un cura cabreado. Todavía más a un obispo o cardenal. Uno
piensa en los primeros cristianos y le parece imposible, aunque
también es cierto que Jesucristo se cabreó con los mercaderes que
se habían metido en el templo. Eran otros tiempos.
Pero
parece ser que los tiempos que añora Rouco no esos, sino aquellos
otros en los que mandaba la Iglesia. O sea, cuando mandaba
totalmente, no como ahora que sólo manda un poco.
Rouco
se refirió, en su sermón, a algunos pecados, creo que no a todos.
Entre los que citó el riesgo de ruptura de España. Ya que se
refirió a este asunto, podría haber hecho autocrítica eclesial. O
sea, haber explicado que muchos componentes de la Iglesia, en la que
él ha tenido un alto cargo, han hecho lo posible por poner en
peligro a España. Tendría que haber explicado cómo es posible que
dentro de la Iglesia Católica hay elementos que odian a una gran
parte de españoles. Y tendría que haber explicado también cómo es
posible que él que ha convocado o permitido tantas manifestaciones
no haya propuesto ninguna en contra del odio y a favor de la
fraternidad.
Rouco,
ya que estaba cabreado, podría haber dirigido su ira hacia curas y
cardenales nacionalistas, hacia esos tan comprensivos con Eta y tan
distantes con las víctimas del terrorismo.
Es
curioso que hable de pecados y olvide los muchos que cometen
destacados miembros de esa Iglesia en la que él tuvo tanto mando (y
ahora aparece por ahí 'nuestro Blázquez', que diría Arzalluz). Hay
dos monjas ahora por Cataluña que merecen que se les explique el
Evangelio, pero se las deja hacer (una cosa es que hagan cualquier
cosa que permita la ley y otra que lo hagan vestidas de monja).
En
definitiva, Rouco se ha ido y hay que decirle adiós.
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