martes, 25 de marzo de 2014

Tras la muerte de Adolfo Suárez

Desde hace algún tiempo casi todo el mundo dice del artífice de la Transición lo contrario de lo que decía cuando él podía enterarse. Los más mezquinos siguen negándole el pan y la sal.
Marcello ha escrito en republica.com que Felipe González no le llega a los talones. Ha dado motivos, que quizá no sean del todo exactos y, desde luego, no son todos los motivos por los que se llega a esa conclusión. Pero uno que ni siquiera a Felipe González le llega a la suela de los zapatos ha utilizado la ocasión para sus propios fines megalomaníacos. Es un parásito que se aprovecha del huésped en cualquier situación, han dicho de él.
Quienes hablan ahora de Suárez deberían comparar sus palabras con sus hechos de antaño. Y se puede aventurar, sin correr excesivos riesgos, que sus actos del futuro tampoco tendrán nada que ver con lo que han dicho del primer presidente de la democracia española. Discursos vacíos los suyos. O tal vez sea que ni siquiera se sienten capaces de intentar emular a su visión del personaje. Intuyen algo que en el fondo no son capaces de comprender, porque les queda muy lejos.
Adolfo Suárez fue un presidente del gobierno que buscó la concordia entre los españoles. Basta con esta idea para comprender la pequeñez de quienes le traicionaron, en primer lugar, y de los que fueron sus adversarios, en segundo. Es que el cultivo del odio es el medio más utilizado para arañar votos. Con ello, los enanos políticos hacen un daño inconmensurable, pero ellos no son conscientes, ni les importa, porque lo único que miran son las encuestas y los resultados de las elecciones.
Hay pájaros de cuenta que se comparan con Adolfo Suárez. Viene a ser lo mismo que si el Che Guevara quisiera compararse con Gandhi.

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