Anna
Simó es la portavoz de ERC, ese partido cuyos integrantes, como bien
dice Carlos Herrera, ponen
sumo empeño en resultar desagradables, con el fin de que cuando
logren alguna reacción salir diciendo inmediatamente que les odiamos
porque son catalanes.
Se
da el caso además que ERC es un partido que se dice de izquierdas y
el nacionalismo es una ideología de extrema derecha. Todas estas
contradicciones internas no les causan ningún problema. Y todos
estos antecedentes permiten adivinar que la elegancia y los buenos
modales no les interesan excesivamente. De hecho, y para dar pruebas
de su adhesión a al grosería, rehusaron participar en los actos de
homenaje a Adolfo Suárez. Dieron su excusa: es que son una
exaltación de la españolidad. Todo lo ven a través de su prisma.
La verdad es que unas personas cuyo calibre es el comentado no son
capaces de percibir la hondura de una persona como la del artífice
de la Transición. Tampoco lo han conseguido otros que son
infinitamente mejores que ellos. Si todo lo que ven en Adolfo Suárez
es españolidad, es obvio que Santa Lucía los tiene olvidados por
completo.
El
caso es que, como me explicó un amigo mío experto en sectas, los
nacionalistas discurren como los que caen en manos de las sectas. No
salen de su círculo. Ante cualquier argumento que se les dé ellos
reaccionan encerrándose en sí mismos. Esa es la única explicación
sobre el hecho de que unos individuos con tan poca consistencia moral
obtengan tantos votos.
Los
nacionalistas de derechas, que al menos son más coherentes en este
sentido, tampoco practican la virtud de la elegancia, salvo,
probablemente, cuando tienen la carta del restaurante entre las manos
y ahí sí que saben distinguir lo bueno de lo mejor. Pero a la hora
de discursear si no ofenden no quedan satisfechos.
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