No
cabe ninguna duda de que las ideas de Marine Le Pen son
nacionalistas, claramente nacionalistas, de modo que es asimilable a
Urcullu, Mas, Eguíbar, o Rahola, que fiel a su estilo, gastó en
Facebook una broma de muy mal gusto al Príncipe. Esta mujer se
inventa lo que quiere con total desparpajo.
El
discurso de Le Pen, que ya califiqué como una zanahoria atada a un
palo, ha caído bien en todos los sectores nacionalistas, incluidos
los españoles, que también los hay, aunque son bastante inferiores
en número a los que dicen los nacionalistas catalanes y vascos.
Una
de las zanahorias de Le Pen es esta:
"Yo
apuesto por la prioridad nacional. A competencias iguales, en Francia
los empleos deben reservarse para los franceses, y considero normal
que España haga lo mismo".
“Deben”
reservarse. ¿Y cómo se consigue esto? ¿Cómo se mide la
competencia? Son deseos que, además, destilan egoísmo por todos los
poros y ya se sabe que el egoísmo está tan extendido que el hecho
de invocarlo proporciona un ingente número de votos.
Conviene
tener en cuenta dos cosas. Los medios de comunicación, Internet, la
televisión, etc., muestran a todo el mundo cómo se vive en
determinados lugares del planeta. Esos mismos medios de comunicación,
en sus foros y demás, muestran también que el porcentaje de
salvajes entre quienes viven en los países civilizados es más o
menos idéntico al de quienes viven en los países por civilizar, lo
que motiva a grandes multitudes a tomar la determinación de emigrar,
incluso arriesgando sus vidas, y muchos la pierden. El único modo de
frenar esa tendencia es ayudar a sus países de origen a
desarrollarse.
No
es que haya que abrir de par en par las puertas a los inmigrantes,
sino que conviene ser realistas en este punto y, sobre todo, tener en
cuenta que el nacionalismo no lleva a ningún sitio decente.
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