En
su condición de persona sí que tiene derecho a preocuparse por las
mismas cosas que los demás, sea la unidad de España o las malas
condiciones de vida de mucha gente.
En
su calidad de papa su ámbito es el espiritual. Y en este caso, para
él, no es si España se desintegra o no en mil pedazos, sino la
deriva nacionalista de curas, obispos, arzobispos y cardenales (mejor
no hablar de ciertas monjas). ¿Cómo es posible que unos clérigos
inciten a unas personas a odiar a otras o consientan satisfechos que
se haga? ¿Cómo es posible que unos tipos investidos de autoridad
moral compadreen y agasajen a quienes derrochan ingentes cantidades
de dinero en pos de sus fines ilegales e insolidarios mientras
desatienden necesidades básicas?
El
papa va a posponer el relevo del cardenal Luis Martínez Sistach,
nacionalista, hasta después del esperpento que pretenden los Mas y
Junqueras, dos lumbreras.
¿Y
este el papa que venía a arreglar la Iglesia? Lo han elegido con el
fin de frenar la pérdida de fieles y no puede arreglar en un día lo
que vinieron fomentando o consintiendo sus antecesores. El
nacionalismo no tiene nada que ver con la doctrina católica, ni con
la cristiana, pero esas mentes preclaras que tiene la Iglesia ha
ascendido a obispos y a cardenales a curas nacionalistas. ¿Obtendría
la Iglesia algún beneficio con ello? ¿Teme la Iglesia perder algo
si acelera la sustitución del tal cardenal?
Por
otro lado, el papa no está solo. Está la Curia con él. Pero sería
conveniente saber qué objetivos o prioridades tiene cada uno de sus
componentes. Para saberlo, quizá Rouco sirva como ejemplo. No es de
la Curia, pero podría haber sido. Pues lo que le interesa a Rouco es
poder celebrar su vigésimo aniversario al frente de la diócesis de
Madrid. Por ese motivo no la abandonará hasta que no ocurra.
Los
intereses de los fieles, la hermandad, la solidaridad, el saberse
queridos y respetados, se pueden postergar. Si interesa fomentar el
odio de los catalanes o vascos al resto de españoles, la Iglesia
colabora o lo permite.
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