Parece
ser que el tiempo pasado en la prisión sirvió para que el otrora
sanguinario etarra Iñaki Recarte meditara sobre sus actos y lo
hiciera de la forma correcta.
Se
nota, sobre todo, en que fuera capaz de asombrarse al comprobar que
su víctima carece de odio, ese estigma que arrastran las personas
vulgares, en cuyo escalones más bajos encuentran su acomodo los
asesinos.
Para
los etarras ahora ha pasado a ser un traidor, cosa que en aquellas
tierras copadas por gente complaciente con Eta, por no emplear otras
palabras mayores, presenta muchos inconvenientes. No hay más que
fijarse en todos esos que han salido en defensa de los
'verificadores' al servicio de la banda para comprenderlo. O recordar
que Consuelo Ordóñez tuvo que abandonar su tierra porque Eta
convenció a sus clientes para que dejaran de serlo.
Ser
señalado por Eta como traidor debe ser considerado como algo
honroso, pero al mismo tiempo significa que hay que acostumbrarse a
los boicots, como el propio Recarte va comprobando. No me interesa la
opinión del obispo Uriarte sobre el asunto. Ni tampoco me importa la
de los meapilas que asisten a sus misas.
El
propio Iñaki Recarte se ha dado cuenta de que muchos de esos que
dejaron de ser clientes de Consuelo Ordóñez, pero van a las misas
de Uriarte, y luego quizá dan palmaditas en la espalda a los etarras
que andan sueltos, se llenan la boca con las palabras libertad y
democracia y no tienen ni idea de lo que significan.
Hay
un tipo muy despabilado en San Sebastián, que dijo que los políticos
deberían masturbarse más, y muchos donostiarras le votan, que dada
la profundidad de su pensamiento debería plantearse la cuestión de
los doscientos mil vascos que tuvieron que abandonar su tierra.
Recarte
ha descubierto que el odio no sirve para nada y que la democracia y
la libertad tienen sentido.
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