jueves, 8 de abril de 2021

Un fascista típico

 

Nuestro aborrecible fascista espera a que le abran la puerta de su lujoso y enorme automóvil, ordena que le lleven a una parada del metro, en donde también le abren la puerta y le hacen una reverencia, se baja y vestido con el mal gusto que le caracteriza sube al metro, para bajarse en la siguiente estación, de modo que parezca que es como cualquiera de los que viven en ese barrio, como si no tuviera privilegios.

Allí da un mitin, en el que demuestra cuál es la educación que ha recibido de casa, la que le han proporcionado sus padres y abuelos, puesto que siendo él un fascista de pura cepa, insulta y llama fascistas a los que tiene señalados como enemigos y les niega en el transcurso de su perorata llena de odio y de improperios su derecho a dar mítines en ese mismo barrio, con lo cual evidencia, de nuevo, su desprecio por la democracia.

De hecho, los partidarios de este fascista reciben a pedradas a los líderes de otros partidos que acuden a hacer lo mismo, es decir, a dar un mitin. Es sabido que puede decirse que hay democracia en un lugar cuando alguien que piensa distinto que la mayoría puede pasear tranquilamente por sus calles. No es la democracia lo que interesa a los fascistas, sino que lo que pretenden es imponer su ley como sea.

Su cinismo llega al extremo de que cuando a ellos simplemente les enseñan una pancarta, ponen el grito en el cielo criticando la ‘intolerable agresión fascista’, y eso sin que les hayan tocado un pelo.

El personal ya le ha tomado la matrícula a este fascista -al que le gusta tener controladas a las mujeres, custodiando su tarjeta del móvil y mediante cargos y cometidos y es que también es curioso su modo de entender el feminismo- y cabe la posibilidad de que, gracias a Ayuso, pronto lo perdamos de vista.


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