viernes, 15 de abril de 2022

El origen del cristianismo

 

Hay un capítulo de Pérez-Reverte, en su serie sobre la historia de Europa, cuya publicación ha venido a coincidir, quizá de forma premeditada desde el principio, con la Semana Santa.

Hay que leerlo haciendo caso omiso de la falta de respeto del autor hacia los lectores, a los que se dirige como si fueran púberes, mediante expresiones y giros lingüísticos impropios, denotando que se siente situado en un lugar elevado desde el que mira a la mayor parte de los demás mortales.

Si se lee ese texto imbuido de la bondad de Jesús, al que también trata de cualquier manera, se tiene una idea aproximada de cómo fueron los inicios del cristianismo. La idea es muy potente, y el propio Jesús y sus discípulos, según se cuenta en el Nuevo Testamento, la llevaron hasta el final, arriesgando sus vidas, que algunos de ellos perdieron de forma cruel.

El cristianismo, como no podía ser de otro modo, puesto que la idea del amor y de la bondad llega fácilmente al corazón humano. A partir de ese momento la religión fue utilizada para el control y la manipulación de las masas.

Unos cuantos siglos más tarde, un avispado Mahoma ideó otra religión precisamente con esa finalidad. El Islam, cuyo nombre significa sumisión. Es decir, mientras que el cristianismo se basa en la libertad humana, en el libre albedrío para optar entre el bien y el mal, el Islam exige la esclavitud y el sometimiento a Alá. No existen en esta religión el bien y el mal de forma libre, sino que el primero consiste en la obediencia ciega y el segundo en la desobediencia.

El caso es que basta con que a cualquier cosa se le ponga la etiqueta de religión para que enseguida se le otorgue un aura de respetabilidad muchas veces inmerecida.

El Estado no debe inmiscuirse en las creencias de las personas, pero sí que debe exigir a los titulares de cada una de las religiones que operen en él que adecúen sus normas y preceptos a la legalidad.

No hay comentarios: