Creo que hay malagueños que no lo saben. Hoy en día las cosas de ayer importan poco y si se les presta atención es para manipularlas. Torremolinos obtuvo la segregación de Málaga por motivos testiculares. Lo contó Ignacio Camacho en un artículo que recuerdo perfectamente, pero no así el medio en que fue publicado. Podría ser Diario 16. No me parece apropiado dar más detalles, porque quizá algún día quiera volver sobre el asunto, ahora en el ABC.
El resumen es así, el presidente de la Junta de Andalucía, Pepote Rodríguez de la Borbolla quiso vengarse del alcalde de Málaga, Pedro Aparicio, mucho más fino y elegante que él, y concedió la segregación a la que era una pedanía de la ciudad.
El presidente andaluz perjudicó a los malagueños, a los andaluces, a España, porque cuando un político se deja llevar por las pasiones, hace mucho mal. Las razones que esgrimía Torremolinos para hacer la petición no podían tener suficiente fuerza para llegar a esos extremos.
Pedro Aparicio era, seguramente, el socialista más inteligente de su tiempo. Los dos primeros artículos que leía yo los sábados eran el suyo y el de Manuel Alcántara.
Si en lugar de Felipe González hubiera sido Pedro Aparicio el encargado de refundar el PSOE, este partido habría muy distinto. Tanto que de él no habrían podido surgir elementos tan nefastos como Zapatero y Sánchez. La suya fue una de las voces españolas más críticas con Zapatero y con el otro no pudo coincidir, porque falleció en 2014, cuando todavía no era de común dominio su naturaleza.
Un político debería ser alguien que entre sus virtudes tuviera un lugar muy destacado la generosidad, puesto que son personas, y algunos de ellos así lo intentan hacer creer, que sacrifican un tiempo de sus vidas para mejorar la de los demás, pero luego ocurre que lo que se observa en ellos es la mezquindad. No renuncian a ninguna dieta, aunque no asistan al Congreso.
Pedro Aparicio se habría entendido mejor con Adolfo Suárez que Felipe González.
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