El autor del discurso estaba destinado a permanecer en el anonimato, pero el texto despertó tanta admiración y envidia entre los profesionales de la cosa que tuvo que salir a la luz quién fue.
La cuestión, sin embargo, no era esa, sino quién lo pronunció, porque Ónega lo habría escrito igual para Sánchez, Puigdemont o Junqueras, y en estos casos habría pasado desapercibido o dado risa.
A otro, también muy diestro en el arte de combinar palabras, le llevó su osadía a escribir un editorial conjunto. No he vuelto a leerlo, sencillamente porque no me gusta que me tomen el pelo. Según los ecos que llegan, no sólo no está avergonzado sino que sigue sentando cátedra en cuestiones en las que ha perdido todo predicamento. Su desparpajo está más que demostrado.
El editorial no lo escribió él solo, sino que lo hizo con otro que creo que es notario. Supongo que en este campo no tendrá tantos clientes como tuvo en su día Blas Piñar, que era el notario de Madrid que más facturaba. La gente no estaba de acuerdo con sus ideas, pero se fiaba de él. Y a este le debe de pasar al revés, que quienes están de acuerdo con sus planteamientos políticos no se fían de él.
Pero para mostrencos los podemitas, que, como es habitual en ellos, han salido en tromba a criticar al Rey. No se ha hecho la miel para la boca del asno. ,
Lo mismo que dijo Felipe VI en su discurso, se lo propuso Sánchez y no sólo estuvieron de acuerdo, sino que lo firmaron, porque si se lo puso a la firma es porque sin ello no habrían podido seguir viviendo del cuento.
Y una vez firmado y sellado el acuerdo, insultan a sus seguidores al tomarlos por tontos. Afortunadamente, cada vez tienen menos.
Esos libros míos
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