Vivimos en democracia desde 1977 y este juez viene a hablar de la corrupción del franquismo. Si investigara los patrimonios de los ministros de Franco y de los de la democracia antes y después de acceder a sus cargos, seguramente, se llevaría una sorpresa.
A nadie se le debería escapar que una dictadura carece de medios para combatir la corrupción, salvo la grande, porque esta afecta a pocas personas. Hubo dos o tres escándalos sonados en aquel tiempo.
Una democracia sí que debería tener esos medios tan necesarios, pero la española no los tiene. Son los jueces, que deberían ser totalmente independientes del poder político. No consta que este juez sea partidario de ello, sino más bien de todo lo contrario.
Lo que dice es como si el médico de un pueblo en el que todo enferma porque bebe agua contaminado pretendiera tratarlos sin eliminar la causa de su enfermedad.
La corrupción del periodo democrático es muy superior a la del franquismo, lo cual resulta muy grave porque al llegar la democracia se debió cortar por lo sano.
Yerra también en otras partes de su discurso este hombre. El partido que más y mejor luchó contra la corrupción, que era UPyD, porque ponía querellas y llevaba la independencia judicial en el programa, no fue votado. O sea, que no interesa tanto la corrupción, sino que usa de modo torticero. Más por parte de la izquierda.
Luego habla de las penas de cárcel, pero lo hace con brocha gorda, sirviéndose de estadísticas de distintos países, pero a pelo, sin tener en cuenta las realidades sociales de cada uno de ellos, ni tampoco la naturaleza de los delitos, o las características de los delincuentes. Unos merecen ser tratados con compasión, pero a otros no habría que dejarlos salir nunca. Con la cadena perpetua, ETA habría durado muy poco y tampoco habría sido necesario dispersar a los terroristas. Los terroristas con esta pena habrían dejado de ser útiles a la banda.
Da la impresión de que este juez siente más afecto a su ideología, que amor a la justicia, lo cual es significativo.
Esos libros míos
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