Escribir un editorial conjunto equivale a reconocer de forma clara y explícita que se carece de escrúpulos y que no se tiene ningún respeto por la profesión, ni por los lectores.
Publicar un editorial conjunto, ídem de lienzo. Es renunciar a cualquier vestigio de decencia. Los lectores, y los no lectores también, de los medios que lo publicaron, y fueron doce, ya saben que son basura. Seguir leyéndolos es ponerse a su misma altura, o sea, a la del betún.
Se da el caso, además y como era de esperar, que el citado editorial conjunto es vomitivo, repugnante, nauseabundo y unas cuantas cosas más, todas por el mismo estilo.
Los redactores fueron elegidos para la tarea porque, al contrario que los componentes de la clase política del lugar, tienen talento y saben escribir. Lo que significa que son conscientes del calificativo moral y profesional que merece lo que hicieron.
Mención aparte merece el personal que se tragó el sapo. La catalana es una sociedad enferma, pues, cosa que ya se sabía. La que presumía de ser la más culta de España, no fue capaz de rechazar la superchería. Demostró con ello que no le importa tener o no tener la razón, sino que lo único que le interesa es conseguir sus caprichos del modo que sea.
Todo lo dicho hasta aquí es irrefutable, no reconocerlo es aceptar la propia índole dictatorial, puesto que sólo en una dictadura pueden darse casos como el descrito.
Pues tenemos el caso de estos señores que se saben indignos y uno de los dos, al menos, se atreve a reprocharle algo a otro periodista. Por mi parte, desconozco si ese otro merece el reproche o no, porque no estoy muy al corriente del caso, pero lo que es evidente es que quien lo hace no es el más indicado. Si tuviera vergüenza se quedaría en casa y no saldría a la calle. Aunque haya desgraciados que le aplaudan. Es la propia estima que tiene de sí, la que debería impedirle ese comportamiento.
Esos libros míos
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