domingo, 8 de enero de 2023

Consulta popular estúpida en Hamburgo

 

Hay grupos políticos dedicados a introducir problemas nuevos en la sociedad y más motivos para sentirse agraviado. Lo preocupante es que haya mucha gente que pique, lo que conlleva mucho gasto de dinero público y tiempo y energías gastados para nada.

El asunto tiene que ver con el llamado ‘lenguaje de género’, puesto que hay intención de modificar por decreto la forma de hablar, lo cual es un error de considerables dimensiones.

Las lenguas las van haciendo sus hablantes de forma espontánea e impremeditada. Las academias, en los países en los que las hay, no imponen nada, porque no pueden, entre otras cosas, sino que intentan administrar el lenguaje, codificando las normas, porque si cada cual hablara como le diera la gana, sería difícil el entendimiento entre unos y otros.

Que alguien pueda sentirse ofendido a causa del ‘lenguaje de género’ es grotesco, porque la ofensa no está en la palabra, sino en la intención con la que se dice. Eso ha sido así siempre. La misma palabra puede servir como elogio o como insulto.

Estas modas nuevas que prohíben palabras antiguas lo único que consiguen es añadir hipocresía a la ya existente. Por ejemplo, cambiar la palabra ‘minusválido’, tan expresiva, por ‘discapacitado’ no resuelve nada, pero proporciona alivio moral a quien la emplea, no a quien lo es, que sigue estando en las mismas condiciones.

La sociedad es como es y si se le dice minusválido a alguien es porque compite en la lucha por la vida en inferioridad de condiciones. Y esto es así a causa del egoísmo y de la poca consideración con el prójimo. Cambiar una palabra por otra no produce ningún cambio.

Lo que sería conveniente es centrar el asunto en la educación, en el respeto a los demás, en fomentar el amor a la libertad, el altruismo y el desprendimiento.

En cambio, estos grupos nuevos incentivan el egoísmo y el capricho.

Esos libros míos

 

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