El artículo ‘El sanchismo rebasa su punto de quiebra con la sociedad’, de Ignacio Varela es bueno, pero la tesis que desarrolla no es cierta.
El punto de quiebra sólo se ha dado en el actual gobierno, porque Sánchez, acostumbrado a que sus votantes se dejen tomar el pelo, ha querido rizar el rizo y se le han cabreado.
Echemos una mirada a los demás casos. A la UCD la dinamitaron los poderes fácticos desde dentro, con la ayuda de Alianza Popular y bajo la atenta mirada del PSOE.
La sociedad española atribuyó a Felipe González unas cualidades que estaba lejos de poseer y unas nobles intenciones que estaban muy lejos de su ánimo. Los votantes acabaron por darse cuenta, pero tardaron mucho en hacerlo. No hubo línea de quiebra, sino paulatino abandono de votantes y que Aznar confesó que hablaba catalán en la intimidad. Si no es por eso habría seguido un poco más. Se desengañaron de él, de Felipe González, hasta amigos que habían sido íntimos.
Aznar tampoco tuvo línea de quiebra, sino que reaccionó al 11-M como un niñato malcriado y sobrevalorado. Si hubiera respondido al atentado como un adulto, seguramente Rajoy habría ganado las elecciones.
Lo mismo en el caso de Zapatero. Iba por delante en las encuestas. Con su sonrisa boba tenía encandilado al personal, pero la economía se dio un trompazo, cerraron para siempre muchos negocios que llevaban decenios funcionando bien, bastantes de los que habían contratado hipotecas no podían pagar las cuotas, etcétera. El gobierno de Zapatero fue desastroso y acabó por derrumbarse. Pero si hubiera ido cayendo poco a poco aún estaría gobernando.
Rajoy cayó por cobarde, por no dar la cara cuando debía, y por subestimar la capacidad de Sánchez de sumergirse en el cieno, de romper todas las barreras morales y éticas con tal de lograr sus propósitos.
La sociedad española de los años setenta era más sana que la actual, y eso es lo preocupante. Recuperar aquel grado de salud moral va a ser difícil, aunque la presencia de Felipe VI invita a tener esperanzas.
Esos libros míos
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