Es posible que Rita Barberá no fuera la persona más inteligente ni mejor preparada de las que han ocupado la alcaldía de Valencia, pero seguramente es la que más ha amado a la ciudad y se ha identificado con ella.
Desde hace bastante más de cien años, Valencia quiere volver su cara al mar. El propio Blasco Ibáñez hizo suyo ese deseo y de ahí que la avenida mediante la que se iba a producir el milagro lleve su nombre. Si hubiera habido dinero, ya haría 80, 90 o 120 años que esa avenida habría llegado a su meta natural. Rita Barberá lo pudo hacer, pero surgió el movimiento ¡Salvem!, cuya única finalidad era perjudicarla a ella, sin importar que también perdiera Valencia. Otros barrios, que sufrieron durante ese tiempo, modificaciones en su trama urbana no fueron de su interés.
El mal llamado Plan Hidrológico (por hídrico) Nacional, estuvo a punto de ser llevado a cabo por el PSOE de Felipe González, pero luego quien lo pudo hacer fue el PP de Aznar. Pero los atentados del 11-M dieron lugar al malasombra (por emplear un término suave) de Zapatero, que dio al traste con él, entre risas y recochineos, perjudicando gravemente a los agricultores valencianos y murcianos y, por consiguiente, a España.
El reparto del agua sobrante debía de ser una aspiración socialista, pero se conoce que lo que realmente le ha venido interesando a este partido es impedir que ningún otro pueda hacer lo que tiene reservado para sí. Su lema parece ser: O el PSOE o nadie.
Eso de que el PP pudiera presumir de haber finalizado la avenida de Blasco Ibáñez, con los grandes beneficios que hubiera supuesto esto para Valencia, o el PHN, obra solidaria donde la haya (lo que sobra en un sitio se da a otro), no lo podían consentir los socialistas.
Como en el pecado le va la penitencia, el PSOE se suicidó al elegir como Secretario General a Pedro Sánchez.
Cabe esperar, o por lo menos desear, que el partido que ocupe el vacío que deja, colabore más en el intento de lograr el bien común.
Esos libros míos
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