El ministerio de Asuntos Exteriores se le debe encargar a alguien que tenga mucho tacto, mucho talento y entienda los entresijos diplomáticos.
El primer ministro de este ramo que nombró Felipe González fue Fernando Morán, casi comunista, dejando claras sus querencias. Curiosamente, este Morán era concuñado de Leopoldo Calvo Sotelo, mucho más fino, cultivado e inteligente. El deterioro de las relaciones diplomáticas de España fue brutal y rápido. Felipe González se dio cuenta y lo cambió por Francisco Fernández Ordóñez, cuya gestión puede calificarse como muy buena.
La situación actual es muy distinta. El actual presidente, Pedro Sánchez es mucho más torpe que aquel. Además, está lastrado por un narcisismo que seguramente es incurable, aunque doctores tiene la iglesia. Esta característica le impide ver la realidad, le impide ver todo lo que no le conviene, y cuando no tiene más remedio que enterarse de algo, no soporta el contratiempo. Obviamente, no quiere que ningún ministro brille más que él. Los dos o tres cuyo talento les permitiría hacer algo útil, no tienen más remedio que hacerlo todo mal para que no se enfade. Y adularlo.
De los ministros de Exteriores que ha nombrado, mejor no hablar. Aquel Fernando Morán tan catastrófico, les podría dar sopas con honda a los dos.
Por otro lado, Sánchez, acostumbrado a hacer trampas en todo momento y lugar, y que le salga bien, porque está apoyado por el PSOE, se ha creído que podría hacer lo mismo con los reyes de la trampa, que son nuestros vecinos del norte de África, y traicionar, siguiendo su constatada falta de principios, a los saharauis, con lo cual le han visto todos el plumero, están muy enfadados y alguno de ellos lo tiene atrapado por salva sea la parte.
El perjuicio causado a España es considerable, pero él no se puede enterar, porque nadie del gobierno, ni de su partido, se atreve a decirle la verdad. Le dirán que la culpa la tiene el cambio climático, Ayuso o un asteroide que pasaba por ahí.
Esos libros míos
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