Esto es un símil, que nadie quiera ver nada raro. La piedra atada al cuello de Sánchez es, como todo el mundo habrá adivinado enseguida, Irene Montero, la que ha insistido en promulgar la fatídica ley y Sánchez, en la creencia de que sus votantes le iban a pasar por alto esta barbaridad, como habían hecho con otras peores, se lo concedió.
Pero sus votantes no han reaccionado como tenía previsto y su reacción ha consistido en echarle toda la culpa a Podemos, pero la estrategia no ha podido tener éxito, porque todo el mundo sabe que el responsable último es él.
Ha intentado ofender a Irene Montero, calificándola poco menos que de ignorante, con la intención de la ofensa la llevara a dimitir. Si lo hiciera, él ya tendría una baza para intentar eludir su responsabilidad. Ha probado también con Pilar Llop, para que le eche todas las culpas a la ministra, o en cualquier caso que se inmole actuando de cortafuegos, para que la influencia del caso no llegue hasta La Moncloa. Pero llega. Aunque destituya a Pilar Llop, la culpa seguirá siendo suya.
La presencia, inevitable, de Irene Montero en el gobierno, y además defendiendo su ley, aunque tolera que se cambie, es como una piedra colgada al cuello de Sánchez que lo arrastra hasta el fondo.
Los dos se necesitan uno al otro, para continuar en sus cargos, pero al mismo tiempo los dos se dañan. Ella en el gobierno es un insulto a los ciudadanos, que ven con temor que asesinos y violadores anden sueltos. En cambio, él, para los simpatizantes de Podemos, es el morlaco que les ha impedido que su ley estrella prosiga su andadura. Y que ella haya cedido, al aceptar que la cambien, lo ven como una traición.
El asunto tiene mal arreglo para los dos.
Esos libros míos
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