Se conoce que hay una ley no escrita según la cual los ministros de Exteriores no van más allá de lo que se espera de ellos, puesto que pueden perder el cargo por ese motivo. Los de Zapatero y Sánchez han sido o son catastróficos, insignificantes. Francisco Fernández Ordóñez fue especialmente bueno, pero procuró no brillar más que Felipe González, lo que habría podido conseguir, pues le superaba ampliamente en inteligencia.
A pesar de que bastantes de los titulares de este ministerio en los distintos países del mundo están muy preparados, los sucesos siempre pillan a todos por sorpresa.
Garry Kasparov viene advirtiendo que en Rusia no hay un gobierno, sino una mafia. Es una conclusión a la que puede llegar cualquiera, sin necesidad de conocer el alma rusa, ni de dárselas de erudito ni experto en Rusia.
El mafioso, sea ruso, suizo o australiano, siempre abusa de su poder, juega sucio, intenta engañar. Y si se siente fuerte, ir más allá.
Los gobiernos del mundo no han tenido en cuenta este detalle y han venido tratando con Putin como si fuera el presidente de un gobierno. La invasión de Ucrania pilló a todos por sorpresa, pero la decisión de los ciudadanos de este país de resistir obligó a los gobiernos del mundo a estar a la altura. No lo están realmente, porque la ayuda a Ucrania debería haber sido desde el principio mucho más decidida, y los rusos deberían haber sido advertidos de que Putin es un criminal de guerra que debe ser juzgado por un tribunal internacional.
Putin se viene sirviendo de otro mafioso, Prigozhin, y entre mafiosos siempre hay trampas y juego sucio.
También este enfrentamiento entre ellos debería haber sido previsto como probable, y debería haber una respuesta preparada.
Quizá Zelenski sí la tenga.
Al fondo está China, que sabrá sacar provecho de todo. Hasta China fue, semanas atrás, nuestro intrépido Sánchez a ‘parar la guerra’, en un intento que seguramente nos salió mucho más caro de lo que suponemos.
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