Sánchez, a causa de su inocultable narcisismo, de su descaro al mentir, como si los ciudadanos fueran tontos, y de su infantil afán de protagonismo, cae mal.
En cambio, Zapatero, una inutilidad también, lleno de odio y de deseos de hacer mal, no hay más que ver con quienes se junta, cayó bien durante mucho tiempo. Fue así, porque igual que ocurrió con Iglesias, gran parte de la izquierda le atribuyó unas virtudes que está muy lejos de poseer. El podemita, con su torpeza, se bastó y sobró para ir desengañando a sus votantes. Todavía no se ha dado cuenta de que fue por su culpa. Zapatero, en cambio, más taimado él, consiguió dar el pego durante bastante tiempo. Viste bien, sonríe, habla pausado, como si supiera lo que dice, daba apariencia de respetar la democracia, y de esa manera podía haberse eternizado, porque seguía cayendo bien, lo que ocurrió que al final su inutilidad se hizo patente, y muchos de sus votantes se arruinaron para siempre. Y otros que no eran votantes suyos también. Todo el mundo tuvo que abrir los ojos.
¿Qué pretende con su vuelta? Pues seguramente que los negocios le van muy bien con Sánchez y no quiere que se le acabe el cuento. Ha visto que el partido está desanimado y cree que puede volver a engañar a toda España. Que puede hacer que remonte. Ha optado por reaparecer en donde más daño ha hecho, Cataluña, y es posible que luego vaya a abrazarse con Otegui. Es tan necio que no se da cuenta de que lo que hará será hundir más a Sánchez.
Los socialistas que aspiran a reconstruir el partido tras la caída de Sánchez ni se han inmutado. Saben que así matan dos pájaros de un tiro. Tras las elecciones, la relevancia de Zapatero en el partido, a causa de estas actividades, habrá disminuido mucho y eso les facilitará las cosas.
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