Es fácil hacerlo cuando no se sabe en qué consiste exactamente ser demócrata. Lo vemos continuamente en esta España nuestra en la que los comunistas dan ‘lecciones’ de democracia. ¡Los comunistas! Y están en el gobierno imponiendo su ley, siempre en perjuicio de los ciudadanos, siempre tratando de arruinar la convivencia, de aumentar el paro, de socavar las instituciones, de hacer crecer la deuda pública, para que el deterioro económico sea irreversible.
Franco sabía que con el crecimiento de las clases medias vendría la democracia. Los de Podemos saben que hundiendo a las clases medias vendrá la dictadura, esta vez de izquierdas.
Pero no son sólo los podemitas, que no tienen nada que ver con el eurocomunismo, que sí que colaboró con la llegada de la democracia a España, sino que lo suyo está más relacionado con los bolcheviques, los que están intentando cargarse la democracia, sino que también colaboran en ello los nacionalistas, puesto que lo centran todo en la consecución de sus objetivos y lo que se les opone, sea la ley o sea la decencia, es considerado como un obstáculo. El nacionalismo es una ideología nefasta, incompatible con la democracia, aunque eso no lo supiera ver el engreído Felipe González en aquellos primeros tiempos, cuando hacía falta que se diera cuenta. Tampoco se ha dado aún.
Es cierto que hay países nacionalistas en cuyo interior funciona la democracia de forma aceptable. Pero cuando se trata de formar la imprescindible Unión Europea, todo son obstáculos, y esto nos puede hacer perder todos los logros conseguidos con tanto sacrificio.
Volviendo a España, en nuestro interior, los enemigos de la democracia se comportan como la peor de las dictaduras: fomentando la delación, lo que lleva al envilecimiento del personal. Esto, que se le podía achacar al régimen de Franco, ocurre ahora de un modo infinitamente peor: enmascarado de democracia. Pues no, la delación es vil. Siempre. Sea en Cataluña o en el ministerio de Hacienda.
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