Produce una gran satisfacción comprobar que en España hay jueces cuyo nivel moral y jurídico está por encima del de los jueces de Bélgica, Alemania e Italia. De momento, cuando escribo estas líneas, los italianos ya han cometido la tropelía de no mantener a Puigdemont en la cárcel antes de la vista de hoy, a la que se suma la de haber dejado entrar en Italia, sin detenerlos a los otros dos prófugos.
El buen juez Llarena, que ha tenido que sufrir a causa de su justo comportamiento en el ejercicio de sus funciones, el salvajismo de los secesionistas, ingratos sin saberlo, ha estado rápidamente al quite, recordando a los jueces italianos cuál es su obligación. Cuestión distinta es que aquéllos se enteren. No lo hicieron los belgas y los alemanes.
La Unión Europea es una necesidad, por lo que no tendrá más remedio que consolidarse. No acaban de darse cuenta en los distintos Estados que la componen. La visión a corto plazo y el egoísmo impiden que los distintos gobiernos no hagan campaña en este sentido, porque los gobernantes piensan en sus intereses particulares y no en los de los ciudadanos. En estas circunstancias, a nadie debe extrañar que la deslealtad sea la nota predominante. Cabe recordar que cuando un juez atiende o deniega una orden de extradición, representa a su país. Si actúa de forma injusta y desleal, vierte la deshonra sobre su nación.
El buen juez Llarena sabe lo que hace cuando les recuerda a esos cuál es su obligación. Si la incumplen, como antes lo hicieron los belgas y los alemanes, demuestran con ello cuál es el nivel moral de los italianos.
Por otro lado, los tres prófugos españoles que ahora están ensuciando el suelo italiano, con el beneplácito de la justicia italiana, siempre harán el mal allá en donde estén. Es lo que demuestra la experiencia.
El presidente del gobierno de España puede ser, y lo es, un golfo. Pero Felipe VI y el juez Llarena son de lo mejor que hay en el mundo.
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