Seguramente, es imposible decir algo bueno del Felón, porque no ha hecho más que maldades. En el desempeño de sus funciones viene causando un daño grande a los españoles y aún no ha terminado. Puede dejar España hecha un solar.
Ya hasta Alfonso Guerra, que dijo aquello de «vamos a dejar España de modo que no la conocerá ni la madre que la parió», está alarmado.
Pero es que si se impidiera ejercer la política a los narcisistas, a los psicópatas, a los paranoicos, a quienes desconocen la Constitución o no están dispuestos a cumplirla y defenderla, a quienes no tienen un nivel cultural suficiente para el desempeño de su labor y a quienes desconocen la educación y los buenos modales, es muy posible que entre el sesenta y el ochenta por ciento de los actuales diputados no habría podido llegar a serlo.
En el plano hipotético, la política es la más noble de las actividades humanas, porque presupone que alguien deja de lado sus ocupaciones durante un tiempo para servir a la comunidad, pero una vez dicho esto es evidente que más que de plano hipotético, habría que pensar en el onírico.
La política debería ser el terreno de la gente generosa, pero la experiencia nos dice que la que abunda es la mezquina, la que se cree superior al resto, al que mira por encima del hombro, al que le explica por donde se va a Roma, o a donde sea, sin tener ninguna disposición a ir más allá de exhibir su superioridad de cualquier tipo.
Da la impresión de que el Felón no puede ofrecer a los ciudadanos nada más que el derecho a contemplar su belleza corporal, pero es que ahora ya ni eso, porque habiendo tanta gente malvada e inútil en su gabinete, la peor de todas, y su peor pecado es haberla nombrado, nos puede acusar de mirarlo lujuriosamente incluso a quienes sentimos aversión por una imagen tan hueca como la suya.
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