No me refiero a esos tipos -y tipas- que se que se refocilan en el cieno, tratando de confundir y envilecer al personal, procurándole, además, la ruina y la miseria y la destrucción de España.
Me refiero a esos animales cuya crianza está extendida por todo el mundo civilizado, pero seguramente es en nuestro país, todavía llamado España, donde mejor provecho se le saca. Pero sea cierto o no esto último, es verdad que su carne, sus vísceras, todo en suma, ofrece un gran número de posibilidades, siempre sabrosas, siempre exquisitas. Empezando por el jamón, o por cualquiera de los embutidos, de los que en cada región española hay una especialidad típica. Notable es, por ejemplo, la sobrasada de Tárbena, pueblo de montaña repoblado por mallorquines. Me gusta más la que hacen allí que la original. Pero no sólo son los embutidos, algunos de los cuales son verdaderas obras de arte culinario, es que las carnes de este animal, y demás partes de su anatomía, ofrecen delicias gastronómicas capaces de satisfacer a los paladares mejor dotados y entrenados.
Deberían servirse, con una periodicidad adecuada, productos porcinos en todos los centros educativos o de cualquier otro tipo dependientes de la Administración, puesto que en ningún hogar español falta.
Es posible que los buenistas, esa plaga bíblica de hoy, quieran alegar que en ciertos países no hay costumbre de comer cerdo. De acuerdo, pero esto es España, y no hemos pedido a nadie que venga, salvo a Santiago Grisolía, según creo, pero ese, aunque tenga otra nacionalidad, ya era de aquí. Afortunadamente, no nació en Cataluña.
A los que han venido de esos países que tienen la mala costumbre de no comer cerdo ni beber vino, se les permite llegar. Otra cosa es que nos quieran imponer sus neuras y nos tomen el pelo diciendo que el Islam es una religión de paz. Que se priven de lo que quieran, pero que dejen vivir a los demás.
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