Unos años antes de que surgiera Facebook y se impusiera hubo muchos grupos de intercambio de pareceres o debate. Uno en el que participé, porque me invitaron, era sudamericano y el objetivo tenía que ver con la posibilidad de que toda la América de habla hispana fuera una sola nación. Estuve bastante tiempo ahí, quizá más de un año, hasta que asomaron la cabeza unos comunistas que impusieron su ley. Me fui porque yo hacía comentarios de pocas líneas y me contestaban con textos de más de mil palabras. Eran fácilmente rebatibles, pero requerían un tiempo largo de lectura y además yo estaba solo ahí.
Otro grupo era de cubanos desperdigados por el mundo, pero con nostalgia de su tierra. Entre por curiosidad y contrariamente a mi costumbre lo hice con pseudónimo, que fue Argos, como el perro de Odiseo.
Se caracterizaba ese grupo, en el que, al igual que yo, todos actuaban con pseudónimo, la desconfianza era palpable, pero abrumadora hacia mí. Uno de ellos se avino a decirme que era a causa del nombre que había elegido. Ellos pensaban en el monstruo de los cien ojos.
Las dictaduras se sirven mucho de la delación y en Cuba es una verdadera lacra, por lo cual nadie se fía de nadie. Desde los años treinta, o quizá desde antes, y hasta unos años después de la guerra, también se usó en España, aunque fueron muchos, de ambos bandos, los que no cayeron en la tentación. Uno de los que sí fue Federico Mayor Zaragoza, que fue a denunciar que los dos que habían quedado mejor que él en las oposiciones eran comunistas, y con eso obtuvo el cargo. Ha dado muchos tumbos políticos luego.
El caso es que ahora que estamos en democracia se vuelve a fomentar la delación por parte gubernamental, sin comprender que el daño que se hace al envilecer al personal es muy superior al bien que se pretende obtener.
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