domingo, 22 de mayo de 2022

Rufián interpreta a San Pablo

 

Un escritor que en sus artículos se dirige a sus lectores como si fueran párvulos ha explicado a San Pablo recientemente. O sea, que el poder procede de Dios, según él.

Unos deben mandar y otros obedecer y puesto que el poder se tiene por delegación de Dios luego unos y otros han de rendir cuentas.

Veamos ahora a Rufián. Puesto que no cree en Dios no piensa que debe rendir cuentas ante él. Lo que no comprende, a causa de sus limitadas capacidades cognitivas, es que su poder como diputado lo tiene por delegación de los ciudadanos. Esto habría que repetírselo mil veces y todavía no lo entendería. Pero no de los que le votan a él, sino de todos -esto es más difícil todavía que le entre en la mollera-, puesto que cobra de todos. Si cobrara sólo de los ciudadanos que le han votado se comportaría de otro modo, porque ingresaría muchísimo menos dinero.

Pero vayamos a lo que importa. Aparte de ese ademán suyo de desafío, de chulería y esa manera de sentarse, como si estuviera en el sofá de su casa, denotan muy poco respeto a la Cámara y, por consiguiente, a los ciudadanos, se comporta con prepotencia en las comisiones de investigación, lo que está muy mal. Si fuera un señor con educación y principios trataría a quienes son objeto de sus interrogatorios con la misma educación que los jueces en los juicios.

Que no lo haga prueba que es un patán y quienes le votan son, necesariamente, igual de patanes que él. Pero repito que no sólo los representa a ellos, sino también a todos los demás, entre los cuales personas muy educadas, sensibles y cumplidoras del deber.

A esto hay que añadir que, al igual que todos los diputados, ha tenido que jurar o prometer fidelidad al Rey y a la Constitución.

Una persona vale lo mismo que su palabra, de modo que él no vale nada.

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