viernes, 3 de junio de 2022

El claustro de la Universidad pide que se prohíba el español

 

Resulta inconcebible el grado de estupidez al que han llegado las cosas en Cataluña. Se está haciendo realidad en esa región española el ‘Ensayo sobre la ceguera’, de Saramago.

Que a un claustro de profesores se le ocurra ponerle puertas al campo sólo puede invitar a sentir compasión por los alumnos de esas personas, puesto que todo indica que sus neuronas patinan y chocas unas con otras, con las consecuencias que se pueden apreciar.

Se nota que las convicciones democráticas de alguien dejan mucho que desear cuando se le nota afición a prohibir. Naturalmente que hay cosas que deben prohibirse, como circular en dirección contraria, pero a nadie se le ocurriría prohibir ponerse abrigo.

Si los componentes de ese claustro, que es el de la Pompeyo Fabra, supieran manejar sus cerebros con eficiencia comprenderían que no se puede prohibir el español en España, porque la prohibición resultaría ineficaz, al contrario, serviría de estímulo para que todavía se hablara más.

Pero es que tampoco se podría prohibir en el Reino Unido, Francia o Alemania, o en casi ningún país de Europa. Quizá en alguno remoto pudiera ser eficaz la medida, pero, en general, prohibir una lengua una aberración, como también lo es imponerla por las bravas, porque esto último para lo que sirve es para acelerar su desaparición.

Pompeyo Fabra no unificó los distintos dialectos catalanes por motivos lingüísticos, sino políticos, y esto es dar el paso inicial en falso. Una vez hecho, los catalanistas, que no son todos los catalanes, han gastado ingentes cantidades de dinero, que han ido arrancando a los sucesivos gobiernos españoles, para difundir a lo largo y a lo ancho del mundo, una larga serie de mentiras, falsificaciones y tergiversaciones.

Todo lo que se construye sobre una base falsa y sin consistencia acaba derrumbándose. Luego hay locos que aceleran ese derrumbe. No resulta agradable de ver y se sabe que contra la ceguera voluntaria no hay nada.

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