Ha habido tres curas en la democracia española cuya influencia ha sido nefasta, puesto que causaron un gran daño a la sociedad.
El primero al que me referiré fue Arzalluz, que aunque ya había dejado los hábitos siempre daba la impresión de que hablaba desde un púlpito, y su sonaba a amenaza, no con el infierno, sino que los vascos que lo escuchaban podían interpretar en qué consistía.
Es decir, que si al principio de la democracia eran escasos los nacionalistas vascos, el hábil manejo por parte de Arzalluz de las ventajas que se les habían otorgado hizo que se multiplicaran.
Sospecho, como he dicho otras veces, que el fundador de ETA y jefe en la sombra fue Arzalluz, aunque esto seguramente no se podrá demostrar nunca. Mi sospecha se funda en el hecho de que aunque los terroristas demostraban torpeza, la banda actuaba de forma inteligente y programada. De hecho, ETA duró muchos años y si hubiera estado dirigida por alguno de los terroristas conocidos, que son muchos, no habría sido derrotada en poco tiempo.
El siguiente de los curas es Setién, que debería haber sido excomulgado por la Iglesia y sin embargo se le permitió ejercer su diabólico apostolado. Su comportamiento fue descaradamente malvado y cínico, con lo que ayudó a la pervivencia del terrorismo y a que los fieles se dieran cuenta de con quién se jugaban los cuartos y obraran en consecuencia. La pregunta que le hizo a María San Gil -«¿dónde está escrito que hay que querer a todos los hijos igual’»- merece estar en el museo de los horrores.
El otro cura que también debió ser expulsado fulminantemente de la Iglesia fue Uriarte, que también se enternecía con los terroristas, fuera cual fuera la cantidad de sangre que hubieran derramado.
ETA ha condicionado toda la política española desde los inicios de la democracia, aunque ya venía matando desde antes.
Si hubiera existido la cadena perpetua y no se les hubieran dado tantas ventajas a los nacionalistas, todo habría sido distinto y mucho mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario