Sánchez está enfermo de odio, que aparentemente centra en la derecha, y esclavo de su narcisismo, que no puede controlar de ningún modo.
A la vista de estas referencias, Feijóo ha optado por la moderación y ha ofrecido pactos de Estado, con la intención de que los ciudadanos se den cuenta de que percibe sus agobios y trata de paliarlos, y se supone que con la convicción de que su interlocutor no los puede aceptar, y que de esto también se den cuenta los electores, dada su aversión enfermiza al PP.
De hecho, Sánchez debería estar sujeto con una camisa de fuerza. Sus ministros saben que no le gusta nada que le contradigan, así que cuando ordena que le aplaudan lo hacen, y todas, con entusiasmo, sin que les avergüence que haya cámaras grabando y luego lo vea todo el mundo.
Entonces, Sánchez, que sólo admite en los demás la obediencia, la obsecuencia y los aplausos, le respondió a Feijóo que no hace más que estorbar, estorbar y estorbar.
Pedro Sánchez ha quedado retratado ante todos los que quieren ver. Lo único que le importa es la satisfacción de sus deseos y todo el que no se preste recibe una ración doble de odio. Y si no pasa de ahí es porque no puede,
Feijóo tuvo, además, un detalle cruel: animó al presidente a que salga a la calle. A éste se lo habrán llevado los demonios al escuchar esto. Esa humillación se la habrá guardado por si tiene ocasión de hacérsela pagar. Ya vimos lo que le hizo a Ayuso, otra a la que tiene entre ceja y ceja, porque ella sí que puede salir a la calle y cuando lo hace la aplauden casi todos, excepto la médica y madre.
Ya se sabe que Sánchez, cuando las cosas le salen mal, la emprende a patadas con todo en la Moncloa.
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