A los españoles nos gusta la fruta, cinco piezas al día por lo menos. El Señor permitió que llegáramos a esta situación desasosegante, de la que saldremos gracias a la fruta, para que nos demos cuenta de que el PSOE, que debió haber sido concebido para el bien, no lo fue.
Ese es el motivo por el que cada vez surgen peores bichos de su interior. El actual pretende convertir España en un remedo de Venezuela.
Pero el Señor, al mismo tiempo que quiso que nos diéramos cuenta, nos proporcionó el remedio para librarnos del mal. Ayuso es la kryptonita que desactiva igual a la extrema izquierda que a la izquierda extrema. Ya pudo decir tiempo atrás: España, me debes una. Pronto le deberemos otra. Será cuando estemos de fruta madre. Nos libró de Pablo, de modo que lo que queda de él son restos de lo que fue. Queda Pedro, el otro Picapiedra, que es como un pedrusco en el zapato, un malasombra integral. Ayuso lo pilló en malas prácticas, echando veneno viscoso y feo al ambiente, e hizo el conjuro mágico: me gusta la fruta.
Multitudes de españoles no infectados por el mal gritaban al unísono por las calles de Madrid: me gusta la fruta, me gusta la fruta.
Decenas de miles de firmas de un manifiesto promovido por Rosa Díez, otra eficiente guardiana de la democracia, llegarán a la UE, para que allí se sepa que a los españoles nos gusta la fruta.
Se puede elegir entre muchas clases de fruta: dátiles, frambuesas, melones -no es necesario ir a los ministerios a cogerlos, los del campo son más sabrosos y sanos-, peras, uvas, mandarinas, melocotones, nísperos, nueces, albaricoques, cerezas, naranjas, sandías -no confundir con los sandios que llaman fachas a los de derechas-, plátanos, almendras, higos, ciruelas, arándanos, piñas, fresas, manzanas, higos chumbos, brevas…
Gracias, Ayuso, por la recomendación. Pronto te deberemos otra. Me gusta la fruta.
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