Triunfe o fracase el golpe de Estado que pretende Sánchez, el PSOE. Si triunfa el golpe, porque el partido ya no servirá para nada, puesto que el dictador no lo va a necesitar. No tal y como fue concebido, o sea, como un simulacro de partido democrático, sino simplemente ya como una estructura de apoyo al poder, tal como el Partido Comunista de la extinta URSS.
Y si no triunfa el golpe tampoco, porque tras el envilecimiento total al que lo ha sometido Sánchez, ya no es nada. Hay que tener en cuenta que se les ha consultado a los militantes si están de acuerdo en que Sánchez cometa una ilegalidad con tal de perpetuarse en la presidencia de la nación, y a eso le llaman democracia. Y a la mayoría de los que han participado en esta barbaridad les ha parecido bien.
O sea, que ya en el partido no queda decoro, ni voluntad de vivir en democracia, sino que lo único que interesa a sus gentes es disfrutar de ventajas y privilegios a costa de los trabajadores. De los impuestos que pagan.
Felipe González es testigo de todo este proceso destructivo que, se mire como se mire, no le puede haber gustado, porque él habría querido que su invento durara mucho más.
Lo más que ha podido hacer es emitir unas quejas suaves, con la única finalidad de salvar su cara. De quedar al margen de todo esto.
La realidad es que si Felipe González hubiera sido un político ejemplar, conservaría intacto el prestigio logrado y habría podido frenar fácilmente al Felón.
Ocurre que no, que su papel en el partido es meramente decorativo. Le pueden aplaudir como estrategia electoral, como modo de aprovechar el cartel que le queda, y si le queda algo es por comparación con sus sucesores en el partido. Pero se va viendo que ya no pinta nada y que hasta Adriana Lastra lo aparta de la escena sin despeinarse.
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