Quienes no hace mucho vivían muy holgadamente del rendimiento de sus cosechas tuvieron que abandonar sus cultivos por falta de rentabilidad.
Esto debería avergonzar a la clase política, desde el primero hasta el último, pero no es así porque los políticos no tienen vergüenza. Y cabe decir que unos menos que otros, que el mal no tiene fondo.
Para ser político solo hace falta una condición: saber entender los designios del jefe, e incluso anticiparse a ellos, aunque esto último tiene el riesgo de que los correligionarios se cabreen mucho, porque todos compiten por el favor de quien otorga puestos en la lista.
El campo español se ha ido a la mierda ante la pasividad de la clase política, que solo mira por sus propios intereses, por el corto plazo, por lo que importa en cada momento. ¿Han sido conscientes los diputados del deterioro de las condiciones de vida de los agricultores? Pues claro que se habrán dado cuenta. Habiendo tantos diputados, entre parlamentos regionales y el nacional, algún porcentaje de ellos se tiene que haber enterado, aunque solo sea por haber tenido amigos o parientes dedicados a la agricultura.
La Constitución prohíbe expresamente el voto imperativo. Sin embargo, hay juristas que aducen que aunque la Constitución lo prohíba, no lo prohíbe. La cuestión es la siguiente: si los diputados han de obedecer al que manda en el partido, no están al servicio de sus votantes, sino de su jefe.
A los agricultores no se les tuvo en cuenta al negociar el ingreso en la UE, sino que se les sacrificó de modo brutal en beneficio de los agricultores de otros países. A partir de ese momento, ningún gobierno los ha tenido en cuenta y el deterioro ha venido siendo constante, sin que ningún político alce la voz. En España hay dos problemas, el genérico de la UE, con su Agenda 2030, y el particular.
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