No me parece bien que se le haya hecho un
homenaje a Tejero, sobre todo si el motivo del homenaje es el acto
por el que fue condenado, si hubiera sido por un motivo laudable
sería otra cosa.
Lo que ocurre es que muchos de los que lo
critican no tienen reparos en fotografiarse con Otegui, ni protestan
por los homenajes a otros etarras. Se acaba de dictar sentencia, por
otra parte, contra unos delincuentes cuyas actividades han
perjudicado más a España y los españoles que los del propio
Tejero, porque se han llevado a cabo durante periodos más
prolongados de tiempo y con la clara intención de perjudicar;
Tejero, al menos, pensaba que hacía un bien.
Hay que tener en cuenta, además, que
muchos de los involucrados en el golpe de Tejero se fueron de
rositas. Los había de todos los partidos y no precisamente de las
bases. Leopoldo Calvo Sotelo dijo que si se hubiera investigado a
todos podrían haber ido a la cárcel dos mil y que, por tanto, había
que echar la raya por algún lado. Es decir, Tejero se equivocó,
pero no fue el único, no hubo sangre y ha pagado su culpa.
En cambio, los etarras salen a la calle
muy pronto, a pesar del impacto brutal que han tenido sus actos, que
han condicionado la vida de los españoles durante mucho tiempo, y
los homenajes que se les hacen no alcanzan el mismo repudio.
Incluso hay partidos políticos que
defienden a los cobardes agresores de Alsasua, que les cae la baba
con el régimen asesino de Venezuela, que son incapaces de condenar
los ahorcamientos a homosexuales en Irán, y que gritan como monos en
este caso.
En España se echan en falta ahora mismo
dos cosas, el respeto a la ley y la ecuanimidad, aunque este último
concepto está intentando ser usurpado por los equidistantes.
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