Pues vaya tonterías que dice la gente.
Yo me siento en la silla y soy español porque nací y vivo en
España; al margen de esto, sé que lo que debo hacer, en cualquier
lugar en el que resida, es cumplir con mis obligaciones como
ciudadano.
El nacionalismo no aporta nada a la
sociedad, solo es útil para unos cuantos despabilados que se sirven
de esta ideología para lograr que grandes cantidades de personas
voten en contra de sus propios intereses. Como cuando Pujol consiguió
que los accionistas de Banca Catalana aprobasen la reducción del
valor nominal de las acciones a cero.
El nacionalismo es una peste que recorre
el mundo, haciendo mal el bien y bien el mal, y en España es
particularmente nocivo. Curiosamente, el nacionalismo español es
escaso, en comparación con otros. Los nacionalismos españoles son
más bien periféricos.
Andan los retorcidos nacionalistas vascos
cabreados porque Torra, o quizá fuera Rahola, o Puigdemont, o
Junqueras, uno de ellos fue, se refirió a las muertes que causó
ETA, esa banda que según Otegui hizo más daño del que tenía
derecho a hacer. Este concepto, expresado tan cínicamente por el
citado etarra, es propio de los nacionalistas, como se va viendo
también en Cataluña.
Toda persona que se detenga a pensar en
ello se dará cuenta enseguida de que sin el PNV la existencia de ETA
habría sido imposible. Este partido proporciona coartadas morales a
cualquier grupo que decida optar por la violencia. Arzalluz,
predicando desde su púlpito, enardeció los corazones de muchos
vascos cobardes y malos, a los que no les costó mucho ser
comprensivos con los terroristas y bastantes de ellos los ampararon y
escondieron.
El nacionalismo catalán también genera
mucha violencia, moral y física y las gentes que pueden escapar de
los ambientes opresivos de esas dos regiones, al instalarse en otras
respiran libertad. O, dicho de otro modo, se sienten libres.
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