jueves, 12 de agosto de 2021

El arte de lapidar

 

Al hablar de lapidación cualquier persona ‘bien intencionada’ piensa en otros países y en otras culturas. No se dan cuenta de que en España también se lapida. De forma metafórica, pero se hace. Y esas lapidaciones metafóricas hacen mucho daño también. Pueden llevar al suicidio o arruinar una vida. O muchas.

La mayor traición que le hizo Aznar a España, y de más nefastas consecuencias, fue la de no cumplir su promesa de devolver a los jueces la independencia que les había quitado Felipe González con una excusa pueril con la que enmascaraba su pulsión totalitaria, confirmada luego muchas veces. Citaré dos: cuando consiguió que Manuel García Pelayo dimitiera de todos sus cargos y volviera a Venezuela a morir de pena, y cuando se subió al Azor. Si Aznarín hubiera cumplido su palabra -no sólo no lo hizo, sino que encima presume de tableta- nos habríamos ahorrado muchas catástrofes. Lo que estamos viviendo ahora no sería posible.

Para nadie es un secreto que los políticos influyen en la carrera de los jueces y que, en este sentido, algunos de ellos, me refiero a los jueces, son más despabilados que otros y saben labrarse un porvenir, cuando no un presente esplendoroso. No hablemos de la ética. Baste con saber que los fiscales, tan importantes en el campo de la justicia, tienen incentivos por cada condena que logran, con lo cual la posible inocencia de las personas que investigan deja de tener interés para ellos.

Y luego está el caso de los periódicos que presumen de informar más y mejor que nadie, o sea, todos, que publican las noticias judiciales que les filtran según quienes, sin recabar otras opiniones sobre ellas, con el fin de no emitir información falsa, porque si lo hacen se pueden quedar sin subvención.

Y los que se promocionan como más puros que la Virgen Santa y retuitean estas noticias sin contrastar, con el fin de obtener muchos ‘me gusta’ gracias a que les ofrecen alguien a quien lapidar. Metafóricamente, claro.

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