jueves, 26 de agosto de 2021

El catalán y el inglés

 

Andan afligidos unos tipos de índole antidemocrática porque el uso del invento de Pompeyo Fabra está en declive. Lo correcto sería que se hubieran dado cuenta desde el principio que eso tenía que ocurrir y que no se hubiese derrochado tantísimo dinero de los impuestos que pagan los esforzados trabajadores, ni se hubiese obligado a malgastar tantas energías para algo destinado desde el principio al fracaso.

Para terminar de adornar el disparate, cabe añadir la gran cantidad de dinero regalada de un modo u otro a ‘la ciencia’, esos lingüistas o lo que sea que saben buscarse un buen pasar. Y es posible sumar más. Puesto que la literatura catalana es inexistente hasta tiempos relativamente recientes, se apropian de la de otras lenguas, parecidas, pero no iguales, bien estructuradas y con más vocabulario desde mucho antes.

Y para poner la guinda, queda el intento del borrado de la lengua española, con la que todavía se puede viajar alrededor del mundo con la esperanza de encontrar alguien que lo hable, pero también por poco tiempo, lo que hace más ridículo el intento catalanista.

Mientras tanto, los angloparlantes se saben con la batalla ganada. Cuando una lengua se impone sobre otras no es porque sea mejor, ya que todas pueden servir para lo mismo, incluso ese invento artificioso de Pompeyo Fabra, sino porque hay una serie de circunstancias que influyen en el asunto.

La cuestión es que los españoles celebramos agradecidos que un extranjero, con acento claramente foráneo, acierte a decir ‘se me pone la gallina de carne’, mientras que los británicos examinan nuestro inglés. No se conforman con que lo sepamos hablar y nos entienda cualquier angloparlante, lo cual tiene mérito, según parece, sino que encima nos exigen que lo hablemos con una entonación similar a la de los habitantes de cualquier país angloparlante. Lo cual pone más en ridículo la pretensión catalanista.

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