Dos columnistas del mismo medio se han enzarzado en una disputa tan intrascendente como fuera de lugar.
En un ámbito, el de los columnistas, en el que se percibe claramente que quien paga manda -no me vendo, me alquilo, precisó Emilio Romero, que no era un cualquiera- querer sentar cátedra con un estilo tan henchido de suficiencia como de pegajosidad está fuera de lugar.
El lector paga, claro. Cuantos más se tengan, más se cobra. En unos pocos casos es quien decide. Los hay que tienen tantos que pueden imponer su ley. Eso no significa que sean los mejores, ni los que más saben.
Hay columnistas que cada vez que publican algo demuestran que su capacidad para profundizar en la abyección y la vileza es ilimitada. Y tienen muchos lectores. ¿Que por qué sucede esto? Contestaré con otra pregunta: ¿Por qué Yolanda Díaz, cuya relación con la verdad es francamente mejorable y que aunque pretenda fundar o haya fundado un partido al que ha puesto el nombre de ‘Sumar’ demuestra continuamente que no sabe cuántas dos más dos es la política española mejor valorada?
Hay lectores que no saben distinguir una gallina de una nube y se guían por los signos externos: la fama, el poder, el número de seguidores si está a la vista. Aplauden cualquier cosa, aunque sea una zafiedad o una traición. Los hay que ya nacieron siendo aduladores. Hay lectores cuya pretensión consiste en confirmar el sesgo y los que a falta de criterio propio quieren encontrar uno que encaje en sus esquemas previos.
En el mundo de las columnas de prensa también se da el pago de favores, una suerte de endogamia y la costumbre de premiar a los más sumisos de entre los sumisos. No es que los que estén en este medio, el otro o el otro sean los mejores, sino que cada uno de ellos ha encontrado acomodo aquí o allá.
Todo esto sin quitar méritos a quienes los tienen, que los hay, pero con la intención de dar a las cosas la importancia que tienen y no más ni menos.
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