No sabemos qué cálculos pudo hacer Pablo Iglesias con sus limitadas meninges para decidir que fuera Yolanda Díaz quien asumiera la vicepresidencia que él dejaba vacante en el gobierno, pero si algo fue determinante en su elección, sin duda, es que la considera tan aviesa como él mismo es.
Podría haber hecho el favor a los españoles optando por no cubrir el cargo y con ello ahorrar un bueno dinero a los contribuyentes.
El historial de Yolanda, antes morena y vestida de guerrillera y ahora rubia y con modelitos de moda, consiste en una serie encadenada de traiciones. Hace sus discursos, ante su público, separando las sílabas, como si hablara para gente con retraso mental y quiera asegurarse de que la entienden, dice cosas que no se sostienen y cuando termina sus seguidores la aplauden. En el Congreso es despectiva con los diputados de derechas, como negándoles el derecho a existir, y ríe divertida cada vez que de la boca de Pedro Sánchez brota una vileza o una indignidad.
Este, el presidente, en vista de que los ministerios de Podemos no surgen más que leyes nefastas y estúpidas, que le hacen perder votos, y que Yolanda se comporta de modo sumiso con él, decidió utilizarla para acabar con el partido que le resulta molesto, y ella encantada de perpetrar una traición más a su largo historial. En este caso a Pablo Iglesias, al que no le ha sentado nada bien.
Pues Yolanda ha hecho un alto en su traición a Podemos, se ha tomado un respiro, que tampoco ha durado mucho. Ha pedido el voto para Podemos en las autonómicas, y enseguida se ha reincorporado a la traición para solicitar que se vote a Compromís en las municipales.
Pero también traiciona al PSOE, porque a este partido le conviene que Podemos logre representación parlamentaria, pero no le interesa el apoyo a Compromís, cuyas políticas chocan en algunos casos con las suyas.
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